RECONCILIACIÓN

“Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.” (Romanos 5:6-11)

Desde Adán y Eva el hombre siempre ha tratado de estar en paz con Dios; para ello, en muchos casos, no ha escatimado medios para intentar alcanzar esa meta. Sin embargo, si el ser humano es realmente sincero, se comprueba de igual modo que nunca se ha logrado ese objetivo. En cualquier clase de cultura nos encontraremos con hombres y mujeres que han hecho ímprobos esfuerzos en aplacar la ira de su dios; evidentemente, esto denota que el ser humano se siente pecador; que su alma le declara que es pecador. Cuando abrimos las páginas de la Biblia nos encontramos que se plantea esta problemática, pero igualmente encontramos que Dios pone la solución, lo cual es radicalmente diferente. La Biblia denomina a la solución: reconciliación con Dios. Partiendo, pues, de la evidencia de una necesidad de estar en paz con Dios, ya que nuestra naturaleza tiene alma eterna y la enemistad con Él hay que arreglarla ahora, trataremos en esta ocasión de apuntar algunas cosas al respecto, a la vez que al considerarlas nos hagan conocer más de la persona de Dios, de la Obra de Jesucristo, y de la acción del Espíritu Santo que opera la reconciliación ofrecida por Dios.

Para saber qué es realmente la reconciliación según los textos acabados de leer será bueno que echemos una ojeada al significado originario de la citada palabra reconciliación. En un primer término la palabra latina significa volver a conciliar, pero teniendo en cuenta que el Nuevo Testamento fue escrito en griego acudamos a esta lengua a ver qué origen realmente tiene. El sustantivo reconciliación, y el verbo reconciliar son “Katallage” y “Katallasso”. El significado de ambos vocablos es intercambio (en términos de dinero); en consecuencia, refiriéndose a personas: es el cambio de enemistad a amistad. Esta es realmente la idea que trata de trasmitir especialmente el versículo 10.

Ahora bien, para que exista reconciliación tiene que haber habido una ruptura; ésta es el pecado. La Biblia nos presenta la historia de la reconciliación siguiendo, básicamente, tres pasos: 1º) el motivo o causa: enemigos de Dios; debido a que, como dice la Escritura, “todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (3:23). Dios creó al hombre a su imagen y semejanza pero le dio libertad de movimiento y en un uso negativo de ella el hombre pecó; lo que antes era armonía ahora se convierte en caos; donde antes había amistad recíproca ahora nos encontramos con enemistad por parte del hombre. El pecado, seguramente, como primera consecuencia trajo la enemistad con Dios; por así decir, el pecado hace que el hombre no quiera saber nada de Dios. Por la Biblia entendemos que desde el primer momento Dios estuvo interesado en la amistad del hombre. El ser humano era consciente, como decíamos al comienzo, de esa ruptura y trató de apañarlo a su forma. Sin embargo, el hombre siempre olvidó que Dios es justo y tenía que ser únicamente con un acto de justicia perfecta como se resolviese este litigio. Es primordial tener muy claro que, por el pecado, el hombre está separado de Dios (destituido de su gloria) y ahora se encuentra en conflicto con Dios.  2º) la solución: la única posible, como decimos, era un acto de justicia perfecta y que sirviese una vez y para siempre a todos los que se acogiesen a ella; de lo contrario sería un acto imperfecto de justicia pues de tiempo en tiempo habría que repetir el sacrificio. El hombre, debido a su pecado, se encuentra en la imposibilidad de hacer un acto perfecto para satisfacer la justicia divina. El relato de este perfecto acto de justicia lo encontramos en el versículo 6 que expresa “Cristo, murió por los impíos”. 3º) el resultado: dice el versículo 1 que “justificados por la fe, tenemos paz para con Dios”. La trascendencia de la muerte de Jesucristo se traduce precisamente en esto: que somos justificados ante Dios por la fe en el sacrificio de Jesús y esto es precisamente la reconciliación.

Podemos, entonces, preguntarnos, para no entrar en contradicciones innecesarias: si entendemos, por las Sagradas Escrituras, que Dios nunca cambia, ¿cómo es posible que entonces podamos ser beneficiarios de la reconciliación? En otras palabras, si Dios es inmutable ¿cómo es que entonces hay un cambio y dejamos de ser enemigos para ser amigos? Hemos de tener en cuenta un detalle muy importante: en ningún sitio de la Biblia encontramos que Dios se reconcilie con el hombre, sino es el hombre que se reconcilia con Dios. Cierto es, y es básico para poder apropiarnos de esta reconciliación, que el Todopoderoso pone el medio: Jesucristo. Pero en línea alguna encontramos que Dios se reconcilie con sí mismo, o que Dios se reconcilie con el hombre. Nos beneficiamos de la reconciliación por la fe en el sacrificio de Jesucristo, es decir que ha habido un cambio auténtico de actitud y de posición por nuestra parte y, como decíamos anteriormente, beneficiados por la Obra expiatoria de Cristo. Nosotros somos los que tuvimos la necesidad de reconciliarnos con Dios. El amor de Dios es permanente y en sí mismo es inmutable. Dios no ha cambiado de actitud.

Otra pregunta que deberíamos hacernos es la siguiente: la reconciliación ¿es una posibilidad o una seguridad? Entendemos, por las Sagradas Escrituras, que es seguro ya que está basada en la solidez y firmeza de la acción de Jesucristo. Hay dos bases para fundamentar nuestra seguridad en que estamos reconciliados con Dios: 1º) La muerte de Jesucristo (6-8) y 2º) la resurrección misma de Él (9-11).

¿En qué posición estábamos cuando murió Cristo? Pues “cuando aún éramos débiles” (v. 6). Esto conlleva la idea de que éramos incapaces para poder salvarnos por méritos legales; el hecho ser débiles no solamente nos habla de nuestra fuerza sino de nuestra condición: pecadores (v. 8) y nuestra posición: enemigos (v.10). En otras palabras, que desde que el hombre pecó, y en consecuencia toda la humanidad se halla sumida bajo el pecado, nos encontramos con tres ineludibles consecuencias: debilidad, pecado y enemistad. ¿Cuándo murió Cristo? Pues sigue diciendo el versículo 6 que “a su tiempo”; dicho, quizá, de un modo poético, cuando el reloj de Dios marcó la hora oportuna; el autor de hebreos señala que “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Hb. 1:1-2). No sé qué criterios tuvo Dios presentes para determinar que era el momento oportuno, ni me preocupa saberlo, pero si sé que es cierto que Cristo murió y resucitó en el momento ideal, en el instante perfecto. Simplemente doy gracias a Dios por ello.

En el versículo 7 encontramos un juego de palabras entre justo y bueno. Pablo lo que nos quiere explicar es que nosotros no éramos ni una cosa ni la otra. El pecado, como decimos, marca; el pecado impide que una sola persona pueda ser justa o buena delante de los ojos de Dios, que es lo que realmente aquí se trata. El apóstol está diciendo que en esa falta de condición nuestra es cuando Cristo murió por nosotros que, ciertamente, éramos enemigos de Dios y, por consecuencia, estábamos alejados de Él. Sin embargo, más alto que la misericordia del mismo Dios está el amor de Dios.  Los padecimientos de Cristo no son un acto de heroicidad ni mucho menos, son la expresión más sublime de la palabra amor. Por la misericordia de Dios somos perdonados, pero por su amor ha sido pagada nuestra culpa. Si los actos humanos de índole heroica son admirables, mayor es el amor de Dios. Fijémonos que dice “pero Dios”, es decir, que va más allá de toda lógica de actuación humana.

El acto de la cruz confiere seguridad y fortaleza a nuestra justificación delante de Dios. “Mucho más” (v. 9) habla del resultado del sacrificio expiatorio. En otras palabras, y parafraseando: “Dios muestra su amor para con nosotros en que siendo nosotros pecadores Cristo murió por nosotros; con la misma seguridad, con la misma firmeza, al justificarnos en la sangre de Cristo, somos salvos de la ira de Dios”. Ahora somos reconciliados con Dios. Como acabamos de decir, la seguridad de que ahora estamos reconciliados con Dios radica en la firmeza y perfección del sacrificio de Cristo.

Todo esto nos lleva a la reconciliación. Dice el versículo 10 que “siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo”. El hecho de ser enemigos no significa solamente que el hombre se mantuviese en actitud de enemistad con Dios, y hacia Dios, sino que conlleva la idea de que hasta que no hubiese un cambio de actitud, la humanidad se encuentra bajo condenación, expuesta a los efectos de la ira de Dios. Únicamente el hombre puede liberarse de estas consecuencias si se acoge a la reconciliación que ofrece Dios a través de la persona de Cristo. La reconciliación no es el sacrificio de Cristo. La expiación de Cristo no es la reconciliación. El sacrificio de Jesucristo, la expiación hecha por el pecado dan como resultado la reconciliación. Es decir, que la reconciliación es el resultado del sacrificio de Jesucristo. Este versículo nos lo expresa claramente: “por la muerte de Su Hijo fuimos reconciliados”. Una de las acepciones de la palabra “katallage” es un cambio en una de las partes por una acción de la otra. Esto es realmente la reconciliación: hay un cambio en nuestra condición porque Dios, a través de Jesucristo, ha actuado.

El versículo 11 es pilar básico de nuestra fe. La reconciliación es dada por Dios libremente a aquellos que quieren acogerse a ella. Reconciliarse con Dios es un acto de fe voluntario por parte del hombre. Así podemos decir que todos los creyentes estamos reconciliados con Dios; esto es la doctrina que enseña la Escritura. Conocer a Dios de forma intelectual no es estar reconciliado con Él. Solamente está reconciliado con Dios aquella persona que cree en el sacrificio expiatorio de Cristo.

Decíamos anteriormente que Dios es inmutable pero ahora nos ve a través de Jesucristo; por eso puede haber reconciliación. Esto no significa que la directriz de Dios haya cambiado; que la ira de Dios no descienda sobre el pecador. La ira de Dios no descenderá sobre aquellos que han cambiado su actitud para con Dios. Ahora ha cambiado la relación entre Dios y el ser humano que le recibe como Salvador. Es muy interesante notar que cuando la Biblia habla de la ira de Dios lo hace en el término de que esta hostilidad no es de parte de Dios, sino del hombre. La ira de Dios es la consecuencia del pecado del hombre.

La reconciliación es el gran cambio de la relación entre el hombre y Dios. Antes no había relación; ahora si que la hay siempre que el hombre lo haga a través del sacrificio de Jesucristo, porque para Dios ahora se establece su relación con el hombre precisamente a través de este hecho. La reconciliación no es que el hombre y Dios hayan llegado a un acuerdo y, bueno, cada parte haya cedido un poquito para poder ponerse en paz. La idea bíblica es que el hombre es el que ha fallado y es quien tiene que ponerse en paz con Dios.

En 2ª Corintios 5:18-21 leemos “18 Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; 19 que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. 20 Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.”. Este es el objetivo de esta reunión: invitar a aquellos que no lo están a que se reconcilien con Dios. La Escritura expresa que Dios ha llevado a cabo la reconciliación a través de Cristo. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él 21” Este es el auténtico deseo de Dios: que el hombre se reconcilie con El. Fijémonos si es importante esta prioridad que envió a su Hijo Unigénito, es decir, al único Hijo, para que tu y yo fuésemos reconciliados con Dios.

Reconciliación implica dejar nuestra infidelidad con Dios; significa apropiarnos de la muerte de Cristo a través de la fe para serle fieles. El gran mensaje del evangelio es: reconcíliate con Dios. Llegará el día final, en que aquellos que no quisieron reconciliarse con Dios a través de la fe en el sacrificio expiatorio de Cristo, irán al infierno. Llegará el día final, en que aquellos que nos reconciliamos con Dios a través de la fe en el sacrificio expiatorio de Cristo, iremos al cielo. En definitiva, habrá un día final; quien no se ha reconciliado con Dios es, simplemente, porque no ha querido. Ojalá todos los presentes estén en el segundo grupo. Pero mientras llega el día final, y mientras Dios permita que abramos nuestros locales y nos permita vivir seguiremos proclamando la grandiosa sencillez del evangelio: reconcíliate con Dios. Y concluyo: a aquellos que hemos sido reconciliados Dios nos sigue demandando que actuemos como embajadores del Eterno y proclamemos el mensaje de reconciliación. A aquellos que no pueden decir que están justificados por la fe en el sacrificio de Jesucristo solamente me queda decirles en un mensaje que viene de Dios: reconciliaos con El.

Jonathan Bernad
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