SI QUIERES...Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció. (Mateo 8:1-3)Refiere este relato uno de esos sucesos que a veces pasan por alto cuando leemos la Biblia. Es justo luego de pronunciar el Señor Jesús lo que conocemos como “Sermón del Monte” y antes de entrar en la ciudad de Capernaum. Una de las máximas de cualquier interpretación bíblica es que “un texto sin su contexto es un pretexto”. Acontece este incidente, pues, como digo, en un momento de transición. Hay muchas historias, muchos personajes, que se nos presentan en la Biblia como escenas o seres un tanto desapercibidos pero que se nos relatan para nuestra edificación y desafío. Quizá, mi amigo lector, tu vida sea un tanto gris, un tanto rutinaria, una vida de esas que tantos llevan años y años. ¿Sabes? Me he dado cuenta que incluso de personas un tanto anodinas como yo el Señor tiene misericordia. Tal vez me leas desde una oficina, o parando un momento de tus tareas domésticas, o aburrido de la vida que llevas: para gente con vidas repetitivas el Señor Jesús tiene un mensaje de esperanza, de ánimo y de desafío. Quiero compartir contigo el milagro que el Señor hizo con un leproso, con alguien que llevaba una vida sin expectativas, una vida rutinaria, una vida enferma, una vida proscrita por la sociedad. Si, porque el mismo Jesucristo que limpió a aquel leproso es el que quiere quitar de tu vida cualquier lastre de peso, cualquier peso que te impida hacer de cada día una aventura apasionante con Él, aunque tengas que fregar cincuenta platos, cumplir un horario de no sé cuántas horas, o estés postrado en una cama enfermo.Un dato que no escapa al observador atento de este texto es que “mucha gente seguía a Jesús”; llevaban un buen tiempo con él en el monte, y sin embargo la gente le sigue. Había sido difícil la ascensión al monte (jamás vi que una subida fuese fácil de trepar), han estado horas y horas al sol, pero siguen a Jesús. Para este cristiano imperfecto es un desafío este dato pues me hace pensar en qué tipo de efectos tiene la voz de Dios en mi vida. Siento dolor cuando oigo expresiones tales como “me aburre tanta reunión”, “me cansa escuchar una predicación” y otras frases que, por respeto al lector, no traeré a colación. Cuando no se sigue a Jesús de cerca, cuando no es una auténtica prioridad ser discípulo de Cristo, es imposible que el Espíritu Santo actúe en nuestra vida, ya que Dios respeta nuestras decisiones. No nos habla solamente de que la gente simpatizase con Jesús sino que “le seguía”, es decir, que iba más allá de un “caerles bien” Jesús, dejaban que el Maestro enseñase el camino tanto físico como espiritual que habrían de seguir. Cuando queremos seguir a Jesucristo hemos de aceptar, básicamente, dos cosas: por una parte dejar que Él vaya delante, y de otro lado reconocer nuestra situación de dependencia de Él; a veces en la carretera algún conductor me pide que le indique tal o cual dirección; en muchos casos he ido delante con mi vehículo mostrando el vericueto de callejuelas que la persona debía atravesar para poder llegar a su lugar de destino; otras veces he sido yo quien ha sido guiado; pero jamás el perdido puede ir delante ni ir en otra posición que no sea detrás. ¿Estás dispuesto hoy a humillarte delante de Jesús y dejar que Él indique el camino de tu vida? ¿Renuevas tu compromiso de dependencia de Dios constantemente?
Y nos dice el relato bíblico que un leproso vino ante Él y se postró hablándole. Podemos imaginar la escena: un hombre proscrito por la sociedad se hace hueco en medio de la multitud; todos evitarían tener contacto con él, todos mirarían de reojo pensando que a ver qué hacía buscando al Maestro uno que era un apestado social. ¿Sabes? creo que este leproso tiene muchas lecciones para aquellos que deseamos acercarnos a Jesús. En primer lugar me enseña este hombre que no importa que los demás me rechacen por ser lo que soy, lo que me debe importar es el objetivo que no es otro que ir a los pies de Jesús. En el infierno habrá un montón de personas que estuvieron, valga la expresión, a un milímetro del cielo pero que la presión, el desprecio, la incomprensión, de su entorno tuvo más importancia que su deseo de buscar a Jesucristo. Me he encontrado a dos tipos de leprosos en la vida muy singulares: los que dicen que con todo su pasado no creen que Cristo pueda perdonarles, y otros leprosos igualmente necesitados de salvación que dicen que ellos no son tan malos y que no tienen necesidad de nada. En el infierno habrá de estos dos tipos de leprosos, intuyo porque no voy a estar en ese lugar por la infinita y grande misericordia de Dios. En cambio en el cielo vamos a estar un tercer grupo de leprosos que un día, viendo nuestra situación, nos postramos, como el personaje del relato, a los pies de nuestro Redentor buscando limpieza para nuestras vidas. Antes de continuar, estimado lector, permíteme hacerte una pregunta: ¿qué clase de leproso eres tú?
Una de las cosas que me apasiona de este corto relato es la brevedad de la oración de aquel hombre leproso: “si quieres puedes limpiarme”. Creo que más conciso no se puede ser; no se anduvo por las ramas contando cientos de cosas a Jesús, sino que fue directamente al grano. Ello, antes de entrar de lleno en el contenido de la oración, me hace y desafía a reflexionar en cómo son mis oraciones al Señor. Ya he compartido en otras reflexiones mi opinión de que no veo oraciones kilométricas en la Biblia, sino sencillas, concisas, breves en muchos casos, pero que son todo un manual de cómo orar. Creo que los que llevamos algunos años en la lid del evangelio deberíamos chequear este aspecto de nuestra vida de oración, ya que, con frecuencia, se oyen discursos enormes que más parecen una falta de confianza que una vida de comunión con el Señor. Para orar es indispensable postrarnos delante del Señor, no tanto físicamente que puede caer en la hipocresía para que los demás nos vean, sino en una actitud de arrodillar nuestro corazón y eso es más duro que doblar unas rodillas. Muchas oraciones no son contestadas sencillamente porque no han sido hechas desde la humildad sino desde el pedestal de “soy hijo tuyo”, y si, es cierto que todos los cristianos somos hijos de Dios, pero eso debe llevarnos solamente a humillarnos delante del Señor no a esgrimir derechos. Muchos claman a Dios pero no son respondidos solamente por eso; creo que la humildad es la llave para arrancar el motor de la respuesta de Dios.
“Si quieres puedes limpiarme” me habla de un hombre que reconoce el poder de Dios; no solamente se postra ante Jesús sino que con su expresión reconoce que el Maestro tiene poder. Cuando hablamos de que Dios es poderoso decimos una verdad a medias; en cambio, cuando decimos que Dios es Todopoderoso nos acercamos a lo que realmente es. Ciertamente que en el diccionario divino la palabra “imposible” no existe. No tengo palabras suficientes en mi vocabulario, y creo que tampoco las encontraría en el diccionario, para darle gracias a Dios por manifestar su poder en mi vida transformándola para su gloria y honra. Mi estimado lector, sea cual sea tu situación permíteme animarte a que busques al Señor hoy para ese gran problema que te tiene paralizado. Aquel hombre no se acercó a un Jesús que igual podía como no podía limpiarlo, no fue el leproso a ver qué ocurría, sino que fue con la seguridad de que el Maestro tenía todo el poder. Ciertamente hay situaciones en que las que el pecado ha arrasado con todo pero el milagro de la restauración de corazones destrozados sigue siendo un milagro que, me atrevo a decir, a diario podemos encontrar. Un texto bíblico que invita a la reflexión y que nos desafía es Jeremías 32:26 cuando el Señor dice: “¿habrá algo que sea difícil para mí?”. Yo no sé si el leproso sabía ese texto pero estoy seguro que conocía, no de una forma intelectual, el poder de Dios. ¿Te acabas de creer que Dios es todopoderoso?
“Si quieres puedes limpiarme” me habla también de un hombre que, aún sabiendo su necesidad imperiosa y deseando que aquella barrera desapareciese, primero invoca que Dios cumpla su voluntad en su vida. Confieso que es algo que cada día pido a Dios: que me enseñe y haga desear buscar su voluntad en mi vida, que el que Él ejerza su soberanía no sea lo secundario en mi vida, sino que sea algo totalmente prioritario, el primer peldaño en esa escalera. Si yo soy el leproso voy y le digo a Jesús: “límpiame, por favor, tu que tienes todo el poder”. ¿Se da cuenta el lector que lo más “lógico” es que vayamos exponiendo nuestra necesidad y que su voluntad se supedite a la nuestra? Como decía al comienzo, seguramente muchos esquivaron a aquel hombre pero ¡qué ejemplo les dio! Había una urgencia enorme en la sanidad de aquel hombre, pero para él era más urgente, más precisa, más importante que fuese la voluntad de Dios. Creo que eso es, como diría el apóstol Pablo en 1ª Corintios, tener “la mente de Cristo”. Un cristiano que busca que la voluntad de Dios se cumpla en su vida no es un cristiano resignado y pesimista sino un cristiano que ha aprendido que el principio de la sabiduría es el respeto a Dios. De nada nos vale un conocimiento teológico extenso, amplio y genial si no dejamos que el Señor cumpla sus propósitos en nuestra vida. ¿Cuántas veces nos postramos para que el Señor cumpla su voluntad en nosotros? ¿Cuántas veces es para nosotros prioritario la soberanía de Dios antes que nuestra necesidad? Son preguntas para nuestra reflexión.
“Si quieres puedes limpiarme”. Como he dicho anteriormente, esta frase es una de las más bellas y escuetas oraciones que encontramos en el Nuevo Testamento. Y me hace pensar en una serie de cosas que le puedo, le puedes, pedir al Señor. “Señor, si quieres puedes darme luz en medio de mis dudas”. Prácticamente a diario recibo correos de personas que comparten conmigo sus problemas, sus dudas, sus complicadas situaciones. ¡Yo también las tengo! Desde mi limitada e imperfecta experiencia, luego de más de 30 años de haber conocido a Jesucristo como Salvador de mi vida, puedo decir que cuando le digo al Señor “Si quieres puedes darme luz en medio de mis dudas” ¡siempre ha respondido! Y el Señor contesta porque Él es luz y quiere que sus hijos andemos en luz; recuerdo las palabras del salmista al decir que solamente sus valles serían de sombra aunque fuesen de muerte. Es preciso abrir la ventana de la oración para que entre la luz a nuestros problemas, a nuestros rincones oscuros. Me sorprende que muchas de las personas con las que hablo, cristianos auténticamente nacidos de nuevo estoy seguro, tengan una pasmosa dificultad en derramar su corazón ante el Señor y les resulte más sencillo hablar con una persona. Ya sé que somos humanos, pero los cristianos hemos de aprender a buscar la luz de Dios en medio de las penumbras de nuestras vidas. Creo que la voluntad de Dios es que en nuestra vida haya luz; precisamente una de las funciones del Espíritu Santo es mostrarnos qué hacer en cada situación y de ahí el desafío a permitir que éste more en abundancia en el corazón de los redimidos. Prepárate para recibir su luz.
“Si quieres puedes aumentar mi fe”. Pocas veces se oye en reuniones suplicar a Dios para que aumente nuestra fe. Siempre me gustó y desafió la oración sencilla, sincera, concisa y clara de los discípulos de Cristo: “Señor, auméntanos la fe” (Lucas 17:5). Parece increíble que ellos hiciesen semejante oración al Maestro de Nazareth. Bueno, esa creo que es la oración que todo hijo genuino y sincero debe hacer a Dios. Hebreos nos habla de un inmenso elenco de personajes con muchas limitaciones pero que vivieron por fe. No son “súper-personas”, son sencillos hombres y mujeres que en un mundo de dificultades le dijeron al Señor: “Si quieres puedes aumentar mi fe” y Dios les contestó. La única forma, como dice la misma Escritura, en que el ser humano puede, digamos, tener a Dios de su parte es teniendo fe en Él (Hebreos 11:6). En medio de un mundo que todo lo calibra, que todo lo mide, que todo lo pesa, es genial que un grupo de “locos” puedan decirle en oración al Señor: “Si quieres puedes aumentar mi fe”. Hay muchas montañas que deberían estar en la mar y que están en superficie porque, tal vez, los cristianos no nos hemos tomado en serio que el hecho de que el Señor aumente nuestra fe es toda una bendición genial, todo un pastel para degustar cada instante de nuestra vida. Estoy seguro que es voluntad de Dios que nuestra fe aumente. Creo que muchas veces los cristianos tenemos cierto miedo a depender más de Dios.
“Si quieres puedes darme pasión por tus cosas” puede ser también una oración que el cristiano sincero y verdadero eleve de corazón delante de Dios. Espero que sea un comentario subjetivo y ojalá fuese erróneo pero he observado que en los últimos años hay una gran indiferencia de muchos cristianos con respecto a involucrarse en los distintos asuntos de la Obra de Dios. Es asombroso con qué facilidad todo el mundo se cree autoridad pero qué pocos quieren trabajar como siervos. Hay una enorme cantidad de actividades y hay un ejército de activistas, pero qué poca genuina pasión demuestran en muchas ocasiones. Es frecuente encontrar a fanáticos más que a genuinos servidores; de este tema he hablado en otras reflexiones y no quiero repetirme aquí. Hay una lepra muy sutil que se llama comodidad y que hace imposible que haya pasión y entrega por las cosas de Dios. Yo estoy seguro que el Señor quiere limpiar a su pueblo de esa plaga, pero su iglesia debe clamar a Él. Tendemos mucho a quedarnos con la bendición del sermón de la montaña pero nos olvidamos que luego Jesús bajó y justo allí fue donde hizo el milagro; es hermoso disfrutar del discurso, es genial hablar horas y horas pero luego hay que vivir esa oratoria, hay que ejercitar lo expresado. Jesús pudo haber hecho como muchos harían: echarse a un lado. Acerquémonos a Cristo para decirle: “Si quieres puedes pasión por tus cosas”.
“Si quieres puedes darme la pasión de guiar un alma a tus pies” bien puede ser otra sencilla, corta pero eficaz oración que podemos elevar ante el Trono de la Gracia. Hablaba en el párrafo anterior de pasión por las cosas de Dios; esta oración tiene un matiz algo distinto. Si elevamos esta oración a Dios es seguro que Él va a contestar; ahora bien, como en todas las anteriores y en las siguientes, hemos de estar dispuestos a asumir el coste de la respuesta. Quizá el alma que Dios quiere rescatar sea un familiar con le que hemos tenido un conflicto hace tiempo, o tal vez sea un vecino con el casi ni nos saludamos (si es que nos saludamos), o puede que a quien quiera Dios llamar a su familia sea a ese compañero de trabajo que tanto nos disgusta soportar cada mañana. Pongo solamente tres ejemplos que pueden ser factibles. También es probable que Dios nos llame a no sé cuántos kilómetros de distancia, pero entiendo que nuestra “Jerusalén” (Hechos 1:8) está situada, en muchas ocasiones, en esos límites. Yo doy gracias a Dios porque “Si quieres puedes darme la pasión de guiar un alma a tus pies” fue la oración que las personas que me llevaron a Jesucristo un día hicieron y Dios la contestó haciendo el milagro de cambiar mi corazón. El deseo de Dios es que los hombres y mujeres crean en Él y va a usar a otros que un día hemos entregado nuestra vida en sus manos para ser los instrumentos de salvación. Te invito, mi hermano en Cristo, a que te plantees si realmente quieres ser esa herramienta de Dios como otros lo fueron contigo.
“Si quieres puedes darme amor para mis hermanos”. Es bien sabido que en todas las iglesias locales siempre se ora para que el Señor dé más amor, aunque también se suele decir: “en nuestra iglesia hay poco amor”. Pocas veces se oye pedir al Señor algo así como “dame más amor a mí”. Alguien dijo alguna vez, atinadamente creo, que el amor es lo único que crece cuando lo compartimos. La esencia de Dios es el amor y Él quiere que nosotros vivamos esa característica. Dios no quiere que toleremos a nuestros hermanos en la fe: ¡quiere que los amemos! Esa lepra de la indiferencia nos hace vivir como proscritos en medio del aislamiento de nuestro orgullo. La ciencia ha avanzado vertiginosamente, las costumbres han cambiado tremendamente, pero sigue habiendo muchos leprosos con una necesidad tremenda de que Dios les cure de esa lepra. Todos podemos tenerla en algún momento determinado. Muchas veces pedimos cosas honestas, buenas, convenientes, pero pedirle al Señor que aumente nuestro amor hacia hermanos y hermanas en Cristo es reconocer que aún hay cosas de la vieja naturaleza que no han muerto. Porque amar los demás no es reírles las gracias sino alegrarnos con sus triunfos y sufrir cuando el otro lo pasa mal. Mucho podríamos decir, pero antes de seguir quisiera invitarte a que le pidas al Señor que quite esa lepra de ti; todos, como digo, en algún momento podemos tenerla y creo que este motivo debe ser uno de los asuntos constantes cuando oramos a Dios.
“Si quieres puedes enseñarme a perdonar”. Confieso que he pensado largo rato en si el punto anterior debía ir antes o después de este aspecto. Me decido a compartir algo del perdón porque creo que solamente puede perdonar aquel que ama; entiendo, aún desde mi limitada imperfección, que solamente se puede perdonar cuando se ama. Cuando Jesús habla de que “de nuestro interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7:38) creo que nos atisba que uno de esas corrientes de vida es precisamente la del perdón. Quien ha experimentado certeramente el perdón de Dios está capacitado, y tiene la bendición, de perdonar. Ahora bien, creo que el cristiano solamente puede perdonar cuando deja que el Espíritu Santo sea quien opere “a pleno rendimiento” en su vida. Es fácil decir que se perdona pero es desafiante y difícil demostrarlo, especialmente cuando la herida ha sido profunda; y ese es el gran milagro de los ríos de agua viva operando en la vida de los que hemos conocido a Cristo; porque la fuerza de ese manantial no proviene de nosotros sino de Dios, la viveza de esa agua viene del cielo. Muchos cristianos viven tristes y, lamentablemente, amargados porque la lepra de la rencilla no ha sido curada y no han experimentado ni vivido la curación del perdón. En otras reflexiones he compartido acerca de esto y aquí no me extenderé, pero quiero recordar que el perdón es, valga la comparación, como un huevo: (la cáscara) se perdona al otro la ofensa, (la yema) se perdona uno el rencor, (la clara) y se vive de acuerdo a las bendiciones de Dios.
“Si quieres puedes darme un espíritu recto, Señor”. Esto es lo que David pidió al Señor en un momento de crisis, justo después de haber pecado (Salmo 51:11). No solamente pidió que le perdonase el Señor, que quizá hubiese sido lo que yo haría; me daría vergüenza pedirle más al Señor, pero veo que aquel hombre se da cuenta que el perdón de Dios tiene que producir un espíritu recto en su vida. En cierto modo David está diciendo: yo estaba sano, me enfermé, tuve la lepra de haber torcido mi vida y ahora necesito ser profunda y totalmente limpio. Un espíritu recto nos habla de fidelidad a Dios, de morir a las cosas que nos impiden esa rectitud. Probablemente haya personas cristianas que nos critiquen por tal cosa porque pueden pensar que tal vez lo hacemos para vanagloria; ten paciencia, mi hermano, porque el tiempo demostrará si eso es palabra pasajera o deseo perpetuo. Yo creo que Dios tiene alegría cuando le suplicamos cosas, cuando acudimos en oración a Él, pero también creo que el corazón de Dios tiene que sentirse especialmente regocijado cuando le pedimos que nos dé un espíritu recto, porque estamos diciéndole que queremos que nos inunde con su presencia. Hay cristianos que se creen tan cristianos que se despreocupan de su cristianismo; hay cristianos que quieren crecer en Cristo y están grandemente ocupados en crecer; la pregunta es obvia: ¿en qué grupo está usted?
Como último punto antes de concluir quiero pensar en otra lepra. “Si quieres puedes quitarme la ceguera y ampliar mi visión”. Creo que esta es una de las “lepras” que hoy en día están más extendidas en el pueblo de Dios. Nos creemos el centro de la santidad porque conocemos la Biblia, cuando lo que ocurre es que nos hemos quedado solamente en media docena de capítulos en muchos momentos. Hace algún tiempo Dios usó a dos hermanos en distintas circunstancias para hacerme ver mi lepra al respecto; la curación, lo digo de todo corazón, no ha sido sencilla, pero cuando he comprobado que el Señor ha ampliado mi visión de sus cosas puedo decir que no tengo palabras para expresar cómo me siento; no ha sido un camino sencillo, pero ahora no quiero que el Señor deje de seguir trabajando esa área en mi vida. ¡Cuánta bendición podemos perdernos cuando no dejamos que el Señor quite la ceguera de nuestra vida! Muchos tropiezos vienen dado por esta enfermedad. Pero lo triste, lo que realmente me causa tremenda pena es que muchos cristianos no quieren que Dios les quite esa ceguera vaya que descubran cosas nuevas y apasionantes y ello suponga renuncia. Mi hermano que me lees, hoy estás a tiempo de que el Señor unja con colirio tu vida para que veas (Apocalipsis 3:14).
Aquel hombre pidió a Jesús que le sanase de su lepra. Para Jesucristo era más sencillo sanarle de aquella enfermedad a aquel hombre anónimo que sanarle su alma. No podemos nunca olvidar que Cristo vino para “buscar y salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). En la vida de los que le hemos conocido como Salvador hemos experimentado ese gran milagro. Decía el poeta: “No puedo olvidarme de la muerte que por salvarme sufriste en la cruz por mí, Jesús; y no tengo, no tengo palabras para poder glorificar tan gran acto de amor por mi”. Hay cosas grandes en la vida pero no hay nada comparable a ese gran milagro de Dios en el corazón de aquellos que le buscamos. Y pienso una cosa para terminar de modo breve: si el Señor ha hecho el gran milagro de darte la salvación estoy seguro que está dispuesto a hacer otros pequeños milagros en tu vida. Escribo estas líneas y mi deseo ferviente es que el pueblo actual de Dios sea una generación que experimente pequeños grandes milagros que son los que traerán, para bendición de la humanidad, el avivamiento que tantos cristianos deseamos. La decisión es nuestra: o dejamos que la lepra acomodaticia siga carcomiendo nuestra vida cristiana o dejamos actuar a Dios para ser curados.
Jonathan BernadSE RECUERDA QUE PARA LA PUBLICACIÓN DE CUALQUIER ARTÍCULO DE ESTA WEB CONSULTAR PREVIAMENTE POR E-MAIL.www.cristianoimperfecto.com
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