EL CHICLE

Por cierta recomendación médica debo mascar chicle de cuando en cuando. Con el chicle puedes estar horas y horas moviendo la mandíbula, saboreando una goma que tiene edulcorantes, pero a fin de cuentas no has comido nada. Hay unos, muy curiosos, que contienen una sustancia anti-mareo y que, según parece ser, efectivamente contienen un componente que, efectivamente, lo previene. Recuerdo haber mascado chicles de menta, hierbabuena, fresa, melocotón, plátano, frutas tropicales, clorofila; estoy seguro que algún posible lector me dirá: Jonathan, te faltó decir que hay chicle con sabor a tal cosa; lo admito. He buscado cierta documentación sobre este interesante invento y veo que esa cosa que hoy mascamos es el látex del Chicozapote, un árbol de Yucatán (México), Belice y el norte de Guatemala; dice la historia que Thomas Adams, y su hijo Horacio, sobre 1870 investigaron en este árbol y vieron esta aplicación, siendo éste último el primer niño en mascarlo; tan malo no ha de ser el chicle que aquel joven Horacio Adams murió con 102 años de edad. Partiendo de algo, pues, tan cotidiano hoy en día como esta goma de mascar, quiero reflexionar y compartir algunos símiles y lecciones que aprendo de la observancia de esta golosina o, como en mi caso, medicina que el galeno me recomendó.

Como digo, y todos conocemos, podemos estar horas y horas mascando, sacándole el jugo a las esencias que le hayan puesto a la pieza de chicle, pero ¡no hemos comido nada!. ¡Cuánto me recuerda esto a la religión!. Recientemente alguien me decía que tenía mucha fe en determinada liturgia religiosa y que eso Dios tenía que valorarlo. La Biblia no solamente habla claramente, sino indudablemente, de cómo Dios aborrece todo eso; el ejemplo de Isaías 44, versículos 9 al 20 no deja indiferente al lector y estudioso de la Biblia que busca qué dice Dios al respecto. Si, porque la idolatría, sea en la forma en que sea es algo abominable a Dios; no es solamente idolatría las imágenes de madera o metal, también hay ídolos de carne y hueso; me causa perplejidad y dolor ver cómo muchas personas adoran a ídolos como artistas, adoran a ídolos tan vanos como un equipo deportivo, o cualquier otra cosa. Todos tenemos que luchar en cualquier momento por no caer en algún tipo de idolatría. Es triste ver cómo la fe de algunos se ha hecho trizas cuando un considerado hombre de Dios ha caído. Dios no valora como algo positivo el que se tenga fe a un ídolo, el que se realicen sacrificios del tipo que sea al ídolo de turno, o personales que incluso cuesten la vida; a Dios eso, con todo respeto lo digo, le revuelve el estómago. Porque adorar a un ídolo es tan absurdo como creer que un chicle es comida.   

Observo, como apuntaba en el primer párrafo que los chicles los podemos encontrar con distintos sabores. Creo que el chicle define muy bien qué es la sociedad actual: todos queremos algo que vaya con nuestro gusto, que nos alegre el paladar, pero que no haya que tragar ni digerir. Vivimos el tiempo de la ley del mínimo esfuerzo; todo lo que suponga sacrificio, entrega, compromiso, cambio, en principio se rechaza; luego, si se es un pelín cuidadoso, se le echa una mirada pero ¡que nadie nos vea vaya que piensen que vamos a ser tan ingenuos como para comprometernos!. Si, el chicle es suave, no es duro, no te engorda, es como vivir una vida light, sin compromisos. Pero dime, ¿te imaginas que yo quisiera alimentarme a base de chicle? Hay muchas personas que alimentan su vida, que preparan su eternidad con lo que sea, el caso es creer en algo dicen, o como me dijo el galeno que masque algo constantemente; frente a la eternidad el fin no justifica los medios que diría el viejo sabio, porque el único camino es Cristo, el pan del cielo, no el chicle de Satanás, aunque aparentemente estemos mascando mucho, aunque aparentemente estemos refrescándonos, como el agua que nos refresque no sea Jesús tendremos el mismo porvenir que el que cree que mascando chicle 15 horas al día está alimentado.

Recuerdo aquellos chupachups que aún existen, creo, en los que luego del hermoso caramelo de color fresa había un chicle; no tanto como hubiese querido, pero sí algunos más de los que mis padres me permitieron, tuve la oportunidad de hacer míos. De todos ellos lo único que quedaba era el palito de cartulina que venía acompañado y el papel, como el cualquier caramelo o chicle. El sabor terminaba a los dos minutos como terminan todos. Me interesa una vida espiritual que a los dos minutos de terminar el acto, a las horas de haber disfrutado aún pueda seguir sintiendo el gozo; eso solamente lo proporciona la vida en Cristo. La vida en Cristo no es mascar y mascar, aunque sea un caramelo; es una vida dulce, apasionante, enriquecedora. La vida en Cristo nos compromete a amarle más, a servirle mejor cada día, y a crecer en su gracia y conocimiento. La vida en Cristo no es un mascar absurdo, aunque tu mejor amigo, como a mi el médico, te lo recomiende; la vida en Cristo es alimentarnos constantemente más para que las virtudes de Cristo se puedan reflejar en el diario vivir.

Y termino esta reflexión. No importa qué sabores pueda ofrecer la vida en sus múltiples presentaciones; lo indispensable es buscar el alimento que es Cristo; lo demás es... ¡¡mover la mandíbula!!.

Jonathan Bernad
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